Todavía me sorprende pensar en aquel día en que recibí la banda y la corona de Reina Nacional Srta de la Revolución Argentina 2.025. Fue un momento lleno de emociones, alegría y también un poquito de nervios, porque de repente me vi con una responsabilidad enorme: representar a mi país y ser parte de una tradición tan importante.
Los primeros días fueron un torbellino: entrevistas, presentaciones, reuniones y viajes que no había imaginado. Aprender rápido que este rol requiere organización, paciencia y disposición para todo tipo de situaciones. Pero también me di cuenta de que, más allá de la agenda, lo que realmente importa es disfrutar de cada experiencia y aprender de ella.
No todo fue sencillo. Hubo momentos de mucho nerviosismo, sobre todo cuando tenía que hablar frente a un público grande o representar la corona en actos importantes. La presión de estar “a la altura” a veces me hacía dudar de mí misma. Sin embargo, cada desafío terminó siendo un aprendizaje. Con el tiempo entendí que no se trata de ser perfecto, sino de ser genuino y dar lo mejor de mí en cada situación.
También tuve que acostumbrarme a los horarios ya la rutina de los eventos. Hubo días de cansancio, viajes largos y actividades que se superponían, pero aprendí a manejarlo ya disfrutar incluso de los momentos más agotadores, porque todos ellos forman parte de esta experiencia única.
Sin dudas, lo que más me marcó fue la cercanía con la gente. En cada presentación, desfile o evento, siempre hubo alguien que se acercó con una sonrisa, un saludo o una palabra de aliento. Ese contacto hace que todo valga la pena. Además, muchas personas compartieron conmigo recuerdos y anécdotas de la Revolución, lo que me ayudó a entender aún más la importancia histórica y cultural de este rol.
También disfruté muchísimo de las charlas con otras reinas y de los encuentros con jóvenes de diferentes lugares. Cada experiencia me enseñó algo nuevo, desde cómo comunicarme mejor, hasta cómo mantener la calma frente a situaciones inesperadas. Y, aunque a veces me reía de los apuros o de los detalles que salían distinto a lo planeado, esos momentos terminaron siendo recuerdos divertidos que voy a llevar siempre conmigo.
Estos primeros meses me dejaron aprendizajes que van más allá del título. Ser Reina significa representar con respeto y compromiso, escuchar a los demás, transmitir alegría y, sobre todo, valorar la historia y la cultura que nos rodea. Aprendí que la humildad y la cercanía son tan importantes como la presencia en los eventos o la sonrisa frente a la cámara.
Me di cuenta de que este camino no es solo mío, sino de todos los que confiaron en mí. Cada aplauso, cada gesto de cariño y cada palabra de apoyo me recuerdan que ser Reina es también un vínculo con la gente, con el pueblo y con la historia que llevamos adelante.
Hoy miro atrás y me emociona todo lo que viví en estos primeros meses. Me da orgullo ver cómo cada desafío me hizo crecer y cómo cada experiencia me ayudó a disfrutar aún más de mi reinado. Pero también me ilusiona pensar en todo lo que está por venir: nuevas presentaciones, encuentros, viajes y momentos que sé que van a ser inolvidables.
Ser Reina no es solo llevar una corona: es aprender, compartir, representar y dar lo mejor de uno mismo en cada oportunidad. Este camino recién empieza, y lo transito con gratitud, alegría y el deseo profundo de honrar a quienes confiaron en mí.